viernes, 21 de septiembre de 2012

La pérdida de su fe


Como un borrador que sobre su piel descansa, la blancura del desprender de su tez deslumbraba sus ojos, las manos pintadas de restos de acuarelas y pegamento, la sonrisa pícara y torcida de sus labios que decían sin palabras que algo estaba pasando muy adentro de su boca, la mirada que esquivaba las pupilas y que observadora descansaba en cada momento, poniendo en pausa el tiempo y acelerándolo a su antojo.
Su rostro juvenil y su cabello enmarañado, triste y apagado, que auguraba pasados brillantes pero que ya se habían desvanecido.
El sonar de su voz en sus tímpanos, ese tono agradable con tan solo decir ¡hola!, que transportaba sentimientos de un lado a otro de la tierra, de países lejanos a zonas desconocidas e inhabitables.
Ese era su sentimiento, su alegría, su amuleto, su casi dios.
Y cuando la pena invadió su lucha, cuando ya no habían ni palabras ni gestos, ni esquívos en las miradas ni colores ni hechos, como aquel que le destierran de su patria más amada, se sintió descastado, solo, abandonado...
que los ojos no den crédito cuando la espera se vuelve eterna y ves pasar segundo tras segundo cómo delante de tí caminan personas sin tan si quiera mostrarles una mirada de aceptación.
Porque el dios, que no es más que la proyección de todos nuestros deseos y energías hacia un ente abstracto por medio de la fe, nos quita nuestro mérito de ser nosotros mismos los que consigamos los propósitos.
Nosotros creamos a Dios, creamos a nuestro amuleto y que una vez perdida su fuerza, el Dios no es nada ni está en el cielo, ni el amuleto es mágico: es tan solo un objeto cualquiera al que en algún momento le hemos otorgado un valor que era nuestro.
Pierdes la fe, caes en tierra y en tierra no existen Dioses ni amuletos que salven: solo tú y tú mismo.
Alguna vez recuerda algún simple hecho que le haya devuelto la sonrisa o que le haya iluminado los ojos, pero ya no tiene sentido seguir con ese objeto inservible sin fe: es como tener una piedra por querer peso encima, no por su valor... y cuando las cosas empiezan a dejar de tener ese valor que le damos, es obvio que ya no valen nada, ni si quiera valen la pena.

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