jueves, 3 de abril de 2014

La sala de espera


Te sientas a esperar, a la cola de unos pocos sillones en un hospital de la Seguridad Social.
Muestras tu mejor cara, sientes que te haces mayor y pasas de 20 a 80 en tan solo un segundo. El gentío, las enfermeras, los doctores, las familias, las familias, las familias...
Esperas no sabes qué, ni tan si quiera sabes qué esperan de ti ni cuantas cosas has de hacer para que muestren un poco de agradecimiento. Es solo un favor que te han introducido como una obligación porque ya eres mayor.
Eres ese muro en el que todos se soportan, ese pilar importante al que todo el mundo acude porque saben que contigo se sienten protegidos y se sienten bien. Y ese muro fuera, con el frío, soportando tempestades se resquebraja con el tiempo.
Obligaciones, obligaciones que los otros se quitan de encima para dárselo al más capaz. ¿Estoy rodeada de incapaces? ¿De inútiles?
Soy nieta, sobrina, hija, amiga, hijastra, hermanastra y a la vez mi propio hermano, mi propia madre y padre, mi propio amigo consejero, jefe, pareja, lo soy todo y siguen pidiendo más.
Y en esta sala de espera, continúo. Cierro los ojos y escucho el ambiente, me dejo llevar y me pierdo en las distancias.
¿Por qué tarda tanto todo esto?
Quiero navegar en mi barco y tirarme por la borda si me apetece. Quiero dejar de esperar. 

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