lunes, 14 de marzo de 2011

El encanto de la imperfección.

Acostumbrarse a una cara, unos gestos, una mirada, un olor...
una forma de ser y de percibir la vida, una voz y una forma de hablar.
Quizás pensaba que no volvería a pasar: concebir los momentos como compartidos desde las risas al llanto, pasando por esos minutos de silencio pensando en todo y a la vez en nada.
Que casi no hagan falta palabras y que una mirada sea capaz de decirse mucho más de lo que cuentan las palabras.
Y lo más curioso: de cómo una vida que hacía poco ni sabías de su existencia se convierta por casualidad en parte de la tuya.
Hay gente que desiste en creer que estas cosas existen: el saber perfectamente sin ninguna clase de duda que todo sentimiento es respondido, sin cláusulas ni firmas que digan que es cierto y que puede darse este tipo de casos.
Yo no soy perfecta, ni nadie lo es: ni el más guapo, ni el más listo ni el más fuerte halla en su totalidad la perfección, y creo, a mi parecer, que eso es exactamente lo que nos hace "perfectos", lo que todo el mundo cree como un defecto y que nadie sabe ver como una virtud.
Todo el mundo se empeña en cambiar a todo el mundo, hasta que uno empieza a creer que debe cambiarse a sí mismo. Y me pregunto: ¿realmente queremos a alguien a quién queremos cambiar, a quién queremos otorgarle una perfección que ni tan siquiera nosotros mismos tenemos?
No. No somos perfectos ni me importa, no somos reyes, ni príncipes ni princesas. Yo en mi vida no quiero cuentos de hadas que no conducen a ningun lado: yo solo quiero acostumbrarme a que una sonrisa sea capaz de darme la ilusión que me falta, que una mirada sea capaz de entender lo que estoy pensando, que en las noches me falte el sueño si me falta su presencia y que su forma de percibir la vida cambie poco a poco la perspectiva de la mía.
Y no se ni hasta dónde ni hasta cuando, solo se que es HOY y hoy "somos".
"Somos" y punto.

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